Aquel día, mis pasos me llevaron a través de un callejón dentro de mi mente. Un lugar oscuro, en donde el frío de la soledad penetraba en los huesos hasta sentir que la muerte era la única compañía presente en aquel cálido lugar. Delante de mis ojos se encontraba ella. Hola -la saludé-, ella tan solo respondió con una sonrisa, como si de una muñeca se tratara; su sonrisa no expresaba emoción alguna, pero en cambio sus ojos expresaban dolor... angustia... miedo. Es que aún no me conoces... –gritó ella en mi mente-, es que si lo hicieras, te arrepentirías de hacerlo... Traté de alcanzarla, pero al rozar su rostro con mis manos, se desvaneció como la bruma que cubría aquel lugar, el frío desapareció. Sabía en donde encontrarla, volví a nacer, aquellas alas, las cuales me señalaban como un caído entre los míos, me cubrieron del dolor y del vacío que había dejado su partida. Mi pecho se abrió y de la herida sangró mi alma la cual había quedado destrozada. Mis alas se abrieron y la lluvia de verano acarició mi rostro una vez más. Hola -la saludé-, ella tan solo respondió con una sonrisa, como si de una muñeca se tratara; su sonrisa no expresaba emoción alguna, pero en cambio sus ojos expresaban tantos misterios que quise desentrañar... Sus manos, manchadas con vivos colores pintaron mi rostro al igual que una lágrima lo hace al caer de los ojos. Luego pintó un corazón en mi pecho, un rojo fuerte para que latiera con furia, un rojo vivo para que fuera cálido. Una hermosa tarde de noviembre le vi de nuevo, hola -la saludé-... Ella tan solo respondió con una sonrisa, llena de alegría llena de emociones. Mis alas la cubrieron y la llevaron al interior de mi mundo, ahí en donde la pintura que ella había hecho era la de un ángel abrazado a una muñeca, en donde su sonrisa expresaba el vivo sentimiento por el cual latía aquel rojo corazón... 30/01/2002
12/12/2004
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