Y la vela se extinguió, dejando este cuarto en penumbra, dejando un llanto de niño desconsolado. Vierte la cera aún líquida sobre la piel de ese abdomen palpitante que clama por un poco más de dolor. Rellena de alquitrán y arena la cama en donde estará tu última morada y reposa sobre la nube de sal que hay en tu cerebro. Mancilla con los dientes negros de aquel viejo piano la pureza virginal de este silencio que te insulta. Extiende sobre la mesa el plano aquel de tu vida pasada y prende fuego a las ideas que te parezcan débiles. Consume tan solo uno de esos cigarrillos que no hacen daño y deléitate con las visiones nocturnas que te acecharán. Platícales de tus sueños y amores, dibújales un gladiolo y escribe tu nombre en cada pétalo, en cada hoja y sobre todo su tallo. Hazles saber que no te rendirás sin dar pelea y que no te resignarás a perder lo ganado, hallarás placer en todo lo que has escrito y poseerás al fin, el amor de aquella gentil dama que fugazmente te mira a través de los palcos de este desolado teatro de la vida. Gozarás en demasía con sus besos, y su saliva será el combustible que moverá tus huesos carcomidos por el antiguo dolor. Pero ¡Oh joven intento de poeta! Jamás claudiques ante los vientos de la adversidad como aquella vela que se extinguió, dejando este, tu cuarto en penumbras… 14/08/2003
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