17 diciembre 2004

Día 67...

El aire abrió sus pulmones y ella pudo respirar, un grito de alegría se dejó escuchar. La luz la cegó por un momento pero distinguió el color del viento. Todo giraba a su alrededor, gritos de felicidad y voces se podían oír, tonos y manchas de distintos colores aparecieron ante sus ojos. El movimiento de pronto cesó y un silencio eterno reinó, se sentía cansado. Lentamente se quedó tranquilo en su castillo de cristal, la luz lo molestaba y lo iba agotando, mirando sin mirar a través de un cristal, figuras sin forma, sus ojos de un negro transparente casi puro, se fueron cerrando hasta quedarse completamente dormido. Voces dulces, suspiros suaves le envolvieron, llevándolo hasta lo más interno de su ser. Su respiración era constante, cayó en un sueño sereno y tranquilo, se fue perdiendo de la realidad. Su mente dió vuelta hasta situarse en un espacio en el tiempo, una inmensidad sin bordes, un mar de cielos rojos y aguas negras. En el cielo se dibujaban figuras de unicornios alados, las estrellas se movían como cometas, las nubes no eran blancas y no había sol, pero la luz se presentaba. No iluminaba pero daba un tono poco usual de rojo, tal como un atardecer eterno, en el centro justo por encima de él. Abriendo el cielo para poder mirar el iris de un ojo, de un negro tan profundo. Abajo, el mar en una inmensidad, profundidad eterna. El agua era densa, como un abismo negro sin fondo y oscuro, como una noche sin luna, sin estrellas. El agua salada entraba a sus ojos y lo cegaba por instantes. Nadaba, no importaba que tan rápido se moviera, no podía avanzar, como si estuviera atado con una cadena al fondo de aquel océano, atado a un abismo negro que la tiraba a su interior. Envolviéndolo, invitándolo a perderse en su eternidad, la corriente lo llamaba con voces amargas, no humanas, demonios negros y alados que volaban a su alrededor y lo envolvían con sus ojos de fuego, con su mirada de ira. Revoloteaban alrededor del agua invitándolo sumergirse en su oscuridad, en su abismo de miedos. En cada mirada iba un sentimiento de odio hacia é; de sus dientes afilados, escurría sangre mezclada con su saliva, sus alas eran negras y sus uñas largas y afiladas. Lo acosaban hasta hartarlo. Gritaba pero nadie lo escuchaba. Se desesperaba al no poder nadar hacia ninguna parte, sus piernas se cansaban y sus brazos no soportaban la corriente del agua. Comenzaba a darse por vencido cuando algo llamó su atención. Escuchó unos dulces y melodiosos cantos en alguna lengua extraña. Volteó hacia el cielo. Ángeles se suspendían flotando alrededor de los unicornios que se formaban entre las nubes, No distinguía si eran hadas o ángeles, eran tan hermosas y tiernas, sus voces lo extasiaban, le llenaban de esperanza y de fe. En ocasiones lo miraban y lo llamaban con ademanes y cantos, parecía como si tejieran o pintaran figuras con las manos. Jugaban con el rojo del cielo y la luz, dándole forma a tal inmensidad. Parte del cielo se volvió niebla roja, y de entre la niebla se formó un paisaje frente a él. Al ras del agua como si un pedazo de tierra flotara sobre él, un bosque verde con gigantescos árboles y aves volando alrededor apareció. Una pareja, dos personas que se amaban y al fin podían sentirse libres, lejos de todos, habiendo roto todas las barreras y prejuicios. Solos, conviviendo. Palabras inocentes y gritos de alegría se podían oír, risas. La mirada tierna de aquella mujer, esa mirada sabia y encantadora que solo una mujer puede tener. Pureza y virtud que nada puede destruir. De pronto él fijó su mirada en ella. Avanzó hasta la orilla, se agachó y estiró su mano. ¿Quieres jugar? Trató de alcanzar la mano de ella, pero no pudo. Ven, repitió él con tristeza. Él estaba agotado no podía seguir nadando. Los demonios volvieron a llamarle con voces más graves quitándole su último aliento. Hizo un esfuerzo por nadar pero se fue hundiendo lentamente, el cielo se cubrió de nubes grises que eliminaron el rojo de los cielos. Comenzó una ligera llovizna. El agua se confundía con sus lagrimas y la pareja lo miraban con tristeza. Se fue hundiendo lentamente en el abismo, la imagen se perdió al sumergirse en el agua. Los ángeles y el bosque se desvanecieron, los demonios se sumergieron con él. Por un instante todo era lluvia, mar, nubes y el ojo seguía observando desde el cielo. Dejó de iluminarlo y la miró hundirse en el abismo. Después se cerró y la oscuridad reinó de nuevo... 14/02/2002

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