17 diciembre 2004

Dia 72... (La Rosa Negra)

Mírenla como yace acostada, como una paloma en su nido, tan solo como un ángel en un infierno perdido. Su cabello era largo como una noche en soledad, negro como la suerte de los olvidados.
¿Quién diría que aquel cuerpo de hada que lo elevó a los más sublimes cielos, ahora yacía tendido, frío, inerte y sin vida? Se respiraba un aroma a flores marchitas y al perfume de aquel hermoso ángel. Todos los arreglos de flores se habían marchitado, en esa habitación y solo una rosa negra se veía entre un plato con agua. Sus negros pétalos a excepción de uno habían caído y ahora flotaban en el agua, el único que quedaba se mantenía aferrado a la flor como un poeta a su musa, como las estrellas al cielo y como el amor de aquel ángel.
Poco había hecho la muerte para opacar su belleza; al contrario, ahora se veía más hermosa, aunque ya no pudiera ver aquellos ojos. Sus párpados con esas pestañas negras y quebradas, ahora resguardaban lo que alguna vez fue la luz de su vida, dos estrellas perfectas que derretían inviernos y congelaban desiertos, que iluminaban noches en vela, donde encontraba la vida eterna. Ahora se habían apagado, tan rápido como el viento apaga una vela, como la noche da vida a una estrella.
Sus manos blancas y delgadas yacían sobre su pecho, y alguna vez recorrieron su pelo, alguna vez las besó; cuando su miedo era mayor en ellas se reconfortó. Sabía que sus brazos ya no volverían a abrazarlo; sus mejillas estaban pálidas, ya no les daba color la sangre que corría antes. Una luz tenue de un color azul iba delineando el contorno de su inmaculado ser, como si la luz de la gloria la protegiera. ¿Cómo animarse a crear algo tan perfecto, algo tan hermoso y después destruirlo?
Destellos de asombro que poco duran sobre la faz de la tierra o es solo que no puede haber tal majestuosidad sobre este mundo oscuro y vulnerable. Ahora el solo pedía poderla olvidar, que el deseo la siguiera hasta la tumba y que su amor se fuera marchitando como aquella rosa negra.
Su noche llegó a su fin, la oscuridad la ha cubierto, cortó una rosa de un desierto; ahora se había secado y era su culpa. No tenía nada más que los recuerdos que a su busqueda vendrán todas las noches.
"Sus labios todavía deben estar tibios" -pensó-, ya que aún llevaban aquel color natural de rojo que tenían mientras vivía, como si todavía una confesión pudiera salir de ellos, o tal vez quizás un beso, ¿Acaso no todos podemos pedir un deseo antes de morir? Una última confesión con ese dulce sabor a flor, un instante infinito antes de partir, la última vez en que podria probar el alma con los labios.
Por un momento, nada importó y sintió como si ella lo llamara implorándole su último deseo. La tenía frente a él, perdida y desconsolada, como un sol que nunca más podrá brillar. Podía ser acaso que no estuviera muerta, pero aún así seguía siendo la flor más bella de todos los jardines, de todos los desiertos. Tenía ese gesto de inocencia que solo un ángel debe tener... Dios, ¡Tanto la amaba! ¡Tanto la extrañaba y tanto moriría al no volver a verla!
Ya nada más le importaba. Se levantó con el ánimo que le quedaba y se paró junto a ella, después se inclinó ante ella y besó sus labios, ¡Todavia estaban tibios! Saboreó por última vez aquel elíxir de la vida que muchas veces lo revivió en los momentos en los que creyó ya no poder. Todos sus recuerdos con ella volvieron hasta él, ¡Era como si ella también contestara a aquel beso, como si la muerte le concediera unos segundos más antes de partir a su morada definitiva!
Él se incorporó por completo y fue cuando lo extraño sucedió. El último pétalo de aquella rosa negra cayó al agua; fijó entonces su vista en su dulce niña, en ella pudo ver como una perla brotó de sus ojos y corrió por su pálida mejilla... 14/02/2002


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